El discurso legitimador de la dictadura

Debates con la Historiografía de Mendoza 
Por Jazmín Jimenez y Alejandro Cámac


Bonifacio Cejuela, del Partido Demócrata, asume como Gobernador de Mendoza de la dictadura militar en 1982.


Los principales exponentes de este relato son Pedro Santos Martínez autor del libro “Historia de Mendoza”, y Adolfo Cueto, Aníbal Romano y Pablo Sacchero quienes escribieron los fascículos “Historia de Mendoza” que salieron con el diario Los Andes. Con algunas diferencias ambas producciones coinciden en un punto: ser fieles defensores de la ideología genocida que sustentó las practicas del golpe militar de 1976, y que en Mendoza, se empiezan a aplicar, al menos desde la intervención federal que designó a Antonio Cafiero en 1974, cuestión que intentaremos demostrar a lo largo de estas entregas semanales.

Quien define a los distintos golpes de estado como ‘movimientos’ es el historiador Pedro Santos Martinez, que fue el interventor de la UNCuyo a partir de octubre de 1976. Bajo su rectoría se expulsaron a 238 docentes y estudiantes, y se impuso un régimen militar al interior de las facultades; él mismo se encargó de firmar las listas negras que llevarían a la detención y desaparición de numerosos integrantes de esa casa de estudios, entre ellos el filósofo Mauricio López (desaparecido), que hacía tres años que no trabajaba en esa universidad; demostrando hasta dónde era capaz de llevar su cruzada por una “Universidad Nacional de Cuyo argentina, con ideas occidentalistas, cristianas, y nacional argentina.”

Cueto, Romano y Sacchero (Subsecretario de Cultura durante el terrorismo de estado), al referirse al golpe del ’76 celebran que “…en ese lapso la subversión y el terrorismo fueron totalmente erradicados, con las secuelas que todos conocen, pero indicaron a aquellos que creyeron que la solución para los problemas del país provendría de ideologías izquierdistas y tercermundistas, impuestas por el terror y la violencia, que estaban totalmente equivocados”[1], Por supuesto que no existe a lo largo de los dos fascículos una sola mención a la Triple A , a los detenidos-desaparecidos, centros clandestinos, etc. Sobre este mismo período en Mendoza dicen: “uno de los objetivos primordiales de la gestión de Fernández (interventor militar) fue restablecer en la provincia el orden y la acción de gobierno…”[2]

En las escasa menciones que hace sobre el Mendozazo, Santos Martínez plantea que “Desde los tiempos del Cordobazo (1969), diversos grupos agitadores promovían una ‘revolución popular’ y para cumplir su objetivo aprovecharon el descontento provocado por el incremento del precio del servicio eléctrico”.[3]

Por su parte, Adolfo Cueto, Aníbal Romano y Pablo Sacchero escribieron que “se formó así una concentración popular de características poco comunes, tanto por la cantidad de personas intervinientes, como así también por la heterogeneidad de sus componentes, ya que era fácil observar a los grupos infiltrados en la marcha que no pertenecían al nucleamiento docente o al movimiento obrero”.[4] En otro libro A. Cueto nos dice que “La provincia de Mendoza registra en el primer cuatrimestre del año 1972 una efervescencia inusitada. El aumento desmedido en las tarifas eléctricas en toda la Nación, es utilizado por grupos agitadores que no tienen más que encender la mecha de la explosiva realidad socioeconómica reinante. El malestar general hace eclosión el 4 de abril, en el Mendozazo”.[5]

Aquí se puede ver, por un lado, la falsificación sobre los hechos -ya que no sólo intervinieron los actores nombrados en el párrafo citado, sino que además hubo estudiantes, vecinos, etc. que se movilizaron desde sus barrios lo cual no los convertía en ‘infiltrados’-, y por otro lado, la demonización de la participación que tuvieron en estos hechos los militantes de diferentes organizaciones de izquierda, acusándolos de ‘infiltrados’ para justificar la salvaje represión que llevo adelante José Nahman García bajo la dictadura militar de Lanusse, siniestro personaje que estaría luego a cargo de la Penitenciaría bajo el genocidio del Gral. Videla.

Por otra parte, el relato que hacen se limita a narrar lo sucedido el día martes 4 de abril, y el silencio acerca de los hechos que tienen lugar en los distintos barrios obreros del Gran Mendoza los días posteriores, es absoluto. Donde la resistencia contra la represión demuestra su profunda raigambre en el pueblo trabajador; y la represión policial se ve superada por la acción de las masas debiendo recurrir al ejército para aplastar la sublevación popular.

Su “parcialidad” histórica no les impidió preservar este relato en reductos reaccionarios como las cátedras de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNCuyo, donde Cueto fue decano hasta hace pocos años, así como tampoco impidió que dejaran su impronta en otras escuelas como la que se sustentó la “teoría de los dos demonios” de Pablo Lacoste, o la de los “constitucionalistas” como Dardo Pérez Guilhou.

La embestidura de Guilhou como opinión autorizada en problemas constitucionales, para diarios como Los Andes o MDZol, y sobre todo el “honor” que le congraciaron Arturo Roig, Pablo Lacoste y María Cristina Saltari de escribir el cierre del muy difundido libro “Mendoza, Cultura y Economía” (Ed. Andina Sur, 2004), se sostiene en haber convertido este burdo relato histórico en una ideología del conservadurismo provinciano. Este ex rector de la UNCuyo (1967-69), fue luego Ministro de Educación del gobierno de Onganía  (1969-70) y su firma apareció en la Ley de este gobierno de facto que implantaba la pena de muerte, entre otras cosas. Por ello fue repudiado en un juicio político público llevado adelante por los estudiantes de esta Universidad tras la caída del régimen “libertador”.

En su artículo “Qué le dio Mendoza al país” del libro mencionado, Guilhou no sólo reivindica su participación en el gobierno de Onganía, sino que reivindica al régimen genocida instaurado en 1976 a través de la figura de “Amadeo Frúgoli, militante del Partido Demócrata mendocino” al que Viola “nombró Ministro de Justicia, cuando dejó la senaduría nacional; y, finalmente, con Galtieri fue Ministro de Defensa. Ahí le tocó dignamente ocuparse del difícil tema de la guerra de Malvinas”[6].

Sin dudas, su  actualidad en la bibliografía “oficial” no se debe sólo a su capacidad para sostenerse en el máximo staff oficial de historiadores mendocinos manteniendo públicamente su adhesión al relato legitimador del terrorismo de estado; sino también -como señalamos mas arriba- en su capacidad para convertir esta historiografía en un salmo ideológico para las nuevas generaciones de historiadores burgueses: “El desarrollo histórico provincial hace que el mendocino sea -y ha sido-, fundamentalmente, un empírico que confía en su prudencia para resolver toda clase de problemas. Por cierto que ese empirismo no constituye un puro oportunismo amoral. Por el contrario sujeta su conducta a grandes principios guiadores, pero siempre rehúye lo exageradamente ideológico o reglamentarista. Su pragmatismo lo abre permanentemente al cambio sin desechar lo pasado; avanza sin sobresaltos confiado en que no siendo nunca demasiado revolucionario puede desarrollar seguro su accionar para afirmar el futuro que crea diariamente”[7]

Nada más contrario “al desarrollo histórico provincial” que las jornadas revolucionarias de 1972; en el que los “grandes principios guiadores” de la hegemonía burguesa comenzaban a desplomarse como castillos de naipes; y a lo “exageradamente ideológico” del ascenso de masas sólo se podía responder con lo “exageradamente reglamentarista” de la represión estatal y el genocidio. Esta ideología conservadora, continúa extendida en la academia y los ideólogos de la burguesía regional.

Pero lo que el profesor condenado por el tribunal de alumnos no sabía, es que su principio de conservación de la comarca y de la astucia del pragmatismo; no sirve en forma alguna para comprender esta época de revolución y contrarrevolución; es que su evolucionismo provinciano y telúrico ya había sido burlado algunas décadas antes por un agudo filósofo de la historia: “La tradición de los oprimidos nos enseña que la regla es el «estado de excepción» en el que vivimos. Hemos de llegar a un concepto de la historia que le corresponda. Tendremos entonces en mientes como cometido nuestro provocar el verdadero estado de excepción; con lo cual mejorará nuestra posición en la lucha contra el fascismo. No en último término consiste la fortuna de éste en que sus enemigos salen a su encuentro, en nombre del progreso, como al de una norma histórica. No es en absoluto filosófico el asombro acerca de que las cosas que estamos viviendo sean «todavía» posibles en el siglo veinte. No está al comienzo de ningún conocimiento, a no ser de éste: que la representación de historia de la que procede no se mantiene”[8].


[1] Cueto, A., Romano A., y Sacchero, 1982, Historia de Mendoza, Los Andes, Fascículo 23 pág. 9
[2] Ibídem, Fascículo 24 pág. 17
[3] Martínez, Pedro Santos, 1979,Historia de Mendoza. Bs As, Plus Ultra, p. 221.
[4] Cueto, A., Romano A., y Sacchero, 1982, en Historia de Mendoza, Los Andes, Fascículo 23 pág. 29.
[5] Cueto A., 1998, Historia Institucional de Mendoza, Ministerio de Cultura y Educación, Mza., Ed. Culturales de Mendoza, pág. 40
[6] Pérez Guilhou, Dardo; 2004;  en “Mendoza, Cultura y Economía”; Pag 539; Ed Andina Sur; Mendoza.
[7] Op. Cit. Pag 525
[8] Benjamin, Walter; 1940; en “Tesis de la Filosofía de la Historia ”

1 comentario:

  1. Muy buenas las notas, quiero transmitirles que una de las salas al lado de la Actriz Elina Alba en el actual Ministerio de Cultura, se llama, a instancias de algunos patrimoniaslistas PABLO SACCHERO.
    Hemos reclamado ya unas cuantas veces pero, por supuesto, ni bola.

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